En medio de la selva amazónica, mientras el río Amazonas fluye con la misma fuerza que hace mil años, miles de personas en Belém exigen un cambio radical: dejar de quemar petróleo, gas y carbón. La COP30Belém, que se celebra del 10 al 22 de noviembre de 2025, no es solo otra conferencia climática. Es el punto de quiebre después de diez años del Acuerdo de París, cuando el mundo sigue aumentando la producción de combustibles fósiles —a pesar de las promesas— y las comunidades indígenas ven cómo su tierra se convierte en una línea de producción para el capital global.
La voz de los que no tienen asiento en la mesa
El viernes 14 de noviembre, un silencio rotundo se apoderó de la entrada principal de la Zona Azul. Era el Munduruku Ipereg Ayu Movement, una coalición de pueblos indígenas cuyo territorio ancestral se extiende por Pará y Mato Grosso, bloqueando el acceso con sus cuerpos, sus cantos y sus pancartas. No pedían un discurso. Pedían una reunión urgente con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Su exigencia: revocar un decreto que autoriza el transporte de carga por ríos sagrados, un paso previo, dicen, para abrir la puerta a la minería ilegal y la tala masiva. "Esto no es solo un ataque a nuestros ríos —dijo una líder indígena—, es un ataque a nuestra memoria, a nuestros ancestros, a nuestro futuro". Ese mismo día, el único jefe de una empresa de combustibles fósiles presente en las negociaciones oficiales —el CEO de Total— entró por la puerta trasera, invitado por el gobierno francés. Mientras tanto, fuera, cientos de no indígenas formaban un círculo humano alrededor de los Munduruku, protegiéndolos de la policía. Era un acto de solidaridad que no se veía en COPs anteriores. No era un espectáculo. Era una alianza.El colapso de las promesas
La COP28 en Dubái prometió dejar de usar petróleo, gas y carbón "en línea con la ciencia". Pero los datos no mienten: desde 2015, la producción global de combustibles fósiles ha aumentado un 17%. Las emisiones, también. Y en la COP30, los números son aún más crudos. Según un informe de Fossil Free Politics publicado el 14 de noviembre, Francia, Suecia e Italia enviaron a las delegaciones industriales más grandes de la Unión Europea. No son países que luchan contra el cambio climático. Son países que lo financian.En la Zona Azul, los diplomáticos susurran: "No hay timeline, no hay obligaciones, no hay mecanismos de cumplimiento". Las palabras clave que faltan. Las palabras que hacen la diferencia entre un compromiso y una ilusión. Mientras tanto, en las calles de Belém, el sábado 15 de noviembre, más de 50.000 personas marcharon con tambores, pinturas corporales y banderas de árboles. Su lema era claro: "Soluciones reales, no créditos de carbono". Porque ya han visto cómo proyectos de "conservación" convierten bosques en activos financieros, vendidos a corporaciones occidentales, mientras las comunidades locales siguen siendo expulsadas.
Colombia, la apuesta que cambia el juego
Aquí está el giro inesperado: mientras el mundo discute, Gustavo Petro está actuando. El presidente colombiano, con el respaldo de inversores privados que ven en la transición energética una oportunidad —no una amenaza—, anunció que Colombia acogerá en 2026 la Primera Conferencia Internacional para la Fase de Combustibles FósilesBogotá. El anuncio oficial se hará el miércoles 18 de noviembre en el Pabellón de Colombia, en la Zona Azul.El Fossil Fuel Non-Proliferation Treaty Initiative lo llama "la pieza que faltaba en la gobernanza climática global". Y no es un lema vacío. La propuesta no es solo reducir emisiones, sino detener la extracción. Cerrar minas. Cancelar nuevos pozos. Dejar de explorar. Y financiar la transición justa —especialmente para los países del Sur Global—. "Estamos en un cruce de caminos sin precedentes en la historia humana —dijo un negociador de la ONU—. Ya no basta con ser verdes. Hay que ser justos. Y corajudos".
El fondo del camino
El domingo 15 de noviembre, en el mismo pabellón, se lanzó el Fondo de Viaje para transiciones justasPabellón de Colombia. Su objetivo: canalizar fondos hacia comunidades que dependen de la minería o la extracción para reconversión laboral, educación y energía limpia. Es un modelo pequeño, sí. Pero es el primero que no parte de la lógica del mercado, sino de la lógica de la supervivencia.Lo que está ocurriendo en Belém no es solo una protesta. Es una redefinición. El cambio climático ya no es un problema ambiental. Es un problema de poder. De quién decide qué se explota, quién se beneficia y quién paga el precio. Los Munduruku no están pidiendo ayuda. Están exigiendo justicia. Y lo hacen con una claridad que los líderes del mundo ya no pueden ignorar.
¿Qué sigue?
La COP30 termina el 22 de noviembre. Pero el verdadero trabajo empieza en 2026. Si Colombia logra reunir a al menos 50 países en su conferencia, el tratado global podría convertirse en un proceso negociado bajo la ONU. El problema: ¿habrá voluntad política? Estados Unidos y China aún no han dado señales claras. Rusia y Arabia Saudita se mantienen en silencio. Pero la presión social crece. Y los jóvenes, que no tendrán que vivir con las consecuencias de hoy, ya no están dispuestos a esperar.Preguntas frecuentes
¿Por qué es tan importante la Primera Conferencia Internacional para la Fase de Combustibles Fósiles en 2026?
Porque es la primera vez que un país —Colombia— propone una conferencia específica para cerrar la extracción de petróleo, gas y carbón, no solo reducir emisiones. Hasta ahora, todos los acuerdos climáticos han intentado gestionar el daño. Esta propuesta busca detener la causa. Si logra reunir a 50 naciones, podría convertirse en un tratado vinculante bajo la ONU, algo que nunca se ha logrado en 30 COPs.
¿Qué papel juegan los pueblos indígenas en esta lucha?
Los pueblos indígenas protegen el 80% de la biodiversidad restante del planeta, según la ONU. El Munduruku Ipereg Ayu Movement no es un grupo de activistas: son guardianes de territorios que contienen reservas de carbono que nadie más puede reemplazar. Su resistencia no es simbólica: es científica, económica y moral. Sin su participación, cualquier "transición justa" es una mentira.
¿Por qué Francia e Italia tienen las delegaciones industriales más grandes de la UE en la COP30?
Porque sus empresas energéticas —como Total, ENI o EDF— siguen invirtiendo miles de millones en nuevos proyectos de hidrocarburos, incluso en África y América Latina. Sus gobiernos los protegen. Francia, por ejemplo, otorgó subsidios por 17.000 millones de euros a combustibles fósiles en 2024, según Greenpeace. La contradicción es evidente: hablan de neutralidad climática, pero financian su destrucción.
¿Qué es el Fondo de Viaje para transiciones justas y cómo funcionará?
Es un mecanismo piloto que canaliza fondos directamente a comunidades afectadas por la transición energética: mineros, pescadores, trabajadores de refinerías. No es un préstamo, es una inversión en educación, energía solar comunitaria y emprendimientos sostenibles. Su innovación está en que las comunidades deciden cómo usarlo, no los bancos o las ONG. En Brasil, ya se han asignado 2,3 millones de dólares para proyectos en la Amazonía.
¿Es realista pensar que se puede dejar de extraer combustibles fósiles sin colapsar la economía?
Sí, si se hace con justicia. Países como Costa Rica y Uruguay ya generan más del 98% de su electricidad con energías renovables. El problema no es la tecnología, sino el poder. Las petroleras gastan 10 veces más en lobby que en energías limpias. Si se reorientan esos fondos, la transición es posible en una década. Pero requiere políticas audaces, no discursos.
¿Qué puede hacer una persona común en España o México ante esto?
Exigir que sus bancos y fondos de inversión no inviertan en empresas de combustibles fósiles. Presionar a sus gobiernos para que retiren subsidios a la industria. Y apoyar a las comunidades indígenas: muchas tienen campañas de financiación directa. Lo que sucede en Belém no es lejano. Es el futuro que todos heredaremos —o que decidimos cambiar hoy.
1 Comentarios
Esto no es solo una COP, es una revolución con tambores y cuerpos indígenas en la entrada. Ya no basta con redes sociales y hashtags. Se necesita acción, y los Munduruku la están dando. No hay más tiempo para discursos vacíos.